domingo, 31 de mayo de 2009

ANECDOTARIO ANÓNIMO

TRASPASO EN VERSO

En una tienda de Madrid apareció un anuncio de traspaso redactado en verso, al parecer obra de uno de los inquilinos de la casa, más o menos poeta. Era asi el cartel:

Esta tienda se traspasa
con permiso del casero;
dará razón el portero
que vive en la misma casa.



LITERATURA RENTABLE

Se cuenta de dos escritores actuales que (uno de ellos escribe muy bien y gana muy poco dinero y el otro, precisamente una mujer, escribe muy mal y gana dinero a espuertas) discutieron sobre la rentabilidad de la literatura.
Claro que no;
· es que tú eres de una calidad excepcional. Y escribes para los que son como tú, que son
los menos.
· Y yo soy una del montón y escribo para los del montón, que son casi todos.
· ¿Sabes quienes son los que te leen?
· No sé quiénes son, pero sé cuántos son.
· Y son tantos, que seguro que no pueden ser excepcionales en nada.


ANECDOTAS DE NUEVOS RICOS

De los nuevos ricos se cuentan algunas anécdotas. Y si es para hacerles quedar mal, se ha de decir, en compensación que ellos tienen dos cosas muy buenas: Que son ricos y que son nuevos.
El nuevo rico iba muy siempre bien vestido. Y uno de sus amigos le advirtió que la chaqueta, en el lado superior izquierdo, le abultaba más que el otro lado. Y el nuevo rico explicó:
· Sí; pero no es el vestido. Es la cartera. Me gusta llevar un poco de dinero encima.


El nuevo rico tenía un hijo, ya mocito. Le visitó un vendedor de libros y le empezó a ofrecer:
· Su hijo ya está en edad de necesitar documentación y de tener donde encontrarla. ¿Por qué no le compra usted una enciclopedia?
Y el nuevo rico, que aquel día ya había gastado el cupo que él mismo se imponía, supo rechazar la oferta y demostrar a la vez que en palabras raras estaba bastante al día. Dijo:
· No, no; todavía no. Prefiero que se vaya a pie.



El nuevo rico se reunió con dos amigos en la terraza de un café. Llegó en un coche enorme, de los que se dice que solo hay dos o tres en el país. Y los amigos no supieron disimular la sorpresa.

- ¡Vaya coche! ¿De dónde lo has sacado?
- Pues no sé. Lo he encontrado esta mañana en el garaje.



EL BENEDICTINO, EL DOMINICO Y EL JESUITA

Estaban reunidos un benedictino, un dominico y un jesuita. Era de noche y de pronto se les apagó la luz. El benedictino propuso a los otros dos rezar un rosario y pedir así a Dios que la luz volviera. El dominico dijo que lo mejor sería averiguar primero las causas del apagón. Y entonces volvió la luz y con la luz, el jesuita que había ido a cambiar el fusible fundido.


JUGADORES DE PÓQUER

Un grupo de amigos estaban jugando al póquer. Llevaban ya rato jugando y estaban en uno de aquellos momentos de más intensa emoción.
Uno de los jugadores perdía mucho. Le dieron tres ases. Pidió dos cartas y subió el otro as. Otros dos jugadores estaban en juego, los dos habían ido también con tres cartas, ambos habían ligado también póquer. Uno de esos casos poco frecuente, que le sirven a un jugador para recuperar, en una jugada, el dinero perdido en muchas. Póquer de dieces, póquer de reyes y póquer de ases. El del póquer de dieces hizo un envite muy fuerte, el del póquer de reyes lo dobló, el del póquer de ases lo triplicó y al fin, los tres se jugaron el resto. Abatieron primero cada póquer mas bajo y el del póquer de ases, en el momento de abatir, vencido por la emoción, cayó muerto de bruces sobre la mesa. Y otro jugador, al verlo muerto, dijo, desorientado:
- ¿Qué hacemos?
Y otro, por deformación de jugador, respondió rápidamente:
- Quitamos los sietes.
Lo que no se sabe es si la partida, sin sietes y con el muerto allí, continuó.



Un español, jugador de póquer, iba en barco. Vió una mesa de póquer. Se acercó a los jugadores. Eran cuatro caballeros muy serios. Uno le preguntó si quería jugar y él dijo que sí. Se lo preguntó en inglés, porque los cuatro jugadores de póquer eran ingleses,
En la primera jugada ligó póquer. Y lo enseñó. Los tres ingleses le miraron sorprendidos.
Y uno le preguntó:
- ¿Por qué lo enseña?
- -¿No juegan así?
- Basta que lo diga. Somos caballeros y ninguno de nosotros duda de la palabra de los otros.
- Ustedes perdonen.
Y después el español, descendiente de aquella tan cacareada picaresca, cuando lo contaba a sus amigos, decía:
- ¡El dinero que les gané!

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