domingo, 31 de mayo de 2009

ALARICO - ALEJANDRO MAGNO

ALARICO

Este rey godo (370-410) fue uno de los destructores de Roma. Atacó la ciudad, la invadió y sus huestes la saquearon despiadadamente durante seis días. Así el primer destructor de la obra del hombre ha sido siempre el hombre.
Roma estaba sitiada y el senado mandó emisarios a Alarico. Y los emisarios, con el intento de hacerle desistir, le dijeron:
- En roma hay un gran ejército. Y mucha gente, que luchará toda contra ti.
- Y Alarico les contestó:
- Mejor se siega la hierba cuando mas espesa es. Decid a los romanos que ellos son la hierba y yo soy la guadaña.



ALEJANDRO MAGNO

Se cuenta de Alejandro Magno (356-323 a. de J.C.) el cual, como se ve, murió muy joven, a los 33 años, que en su guerra contra Darío le estaba derrotando. Y Darío le mandó un mensajero con esta embajada: que si se avenía a hacer las paces, le ofrecí la mano de su hija la princesa Statira, con todo el territorio de Asia MENOR COMO DOTE Y UN TESORO DE DIEZ MIL TALENTOS. Parmenon, consejero privado de Alejandro, le dijo:
- Si yo fuese Alejandro, aceptaría.
- También lo aceptaría yo, si fuese Parmenon.



Uno de los generales de Alejandro, intentando convencerle de que fuese menos pródigo, le dijo:
- Si todo lo das, te vas a quedar pronto sin nada.
- No lo creas. Me quedará siempre la dicha de haber conseguido yo todo lo que doy a los demás y la esperanza de seguir consiguiendo más para que mis dádivas sean cada vez más generosas.
Era hijo de Filipo y de su primera mujer Olimpia. Después Filipo repudió a Olimpia y se caso con otra. Fue discípulo de Aristóteles. Se casó con una princesa llamada Rojana. Su caballo llamado Bucéfalo fue muerto en una batalla y Alejandro fundó, en su memoria, la ciudad de Bucefalia. Es considerado uno de los genios militares de la historia de la humanidad. Era todavía mocito cuando en un banquete, un hermano de la segunda mujer de su padre, dijo a los comensales:
- Filipo os dará, gracias a su matrimonio, un heredero legítimo.
Alejandro se levantó y le gritó:
- ¿Soy yo acaso un bastardo?
Y al decir esto, arrojó una copa a la cabeza del hermano de la mujer de su padre. Filipo, padre de Alejandro, encolerizado por la actitud de su hijo, se levantó para lanzarse sobre él. Pero había bebido mucho, tropezó y cayó al suelo. Y Alejandro le gritó:
- ¿Y tu piensas conducir nuestros ejércitos, cuando no eres capaz de conducirte así mismo a través de la estancia?



Estando ya Alejandro en la adolescencia, regalaron a su padre Filipo el caballo llamado Bucéfalo. Era un animal indómito y Filipo dijo que no lo quería. Y Alejandro le gritó:
- Te pierdes un buen caballo por no saber manejarlo.
- Y tú, ¿Quién eres para darme lecciones? Me faltas el respeto como si tu fueses capaz de montarlo.
- Lo montaré y el caballo me obedecerá.
- Y si fracasas, ¿Qué precio pagaras por tu temeridad?
- El precio que pagarás tú por el caballo.
Todos se burlaban de Alejandro por sus desplantes, pero él se acerco al caballo y en seguida se dio cuenta de lo que lo que le asustaba era su propia sombra. Lo acaricio, lo hizo poner de forma que no viera la sombra, soltó las riendas y lo dejó correr. Cuando le vieron regresar con el caballo dominado, todos le aclamaron.
A Filipo se le llenaron los ojos de lagrimas, besó la cabeza de su hijo y le dijo:
- Tendrás que buscar un reino digno de ti, pues en Macedonia no cabra tu grandeza futura.

El Rey Filipo, padre de Alejandro, regreso herido de una batalla en la que, como en todas aquellas en las que participaba, salió vencedor. La herida le dolía y se quejaba con frecuencia del dolor y Alejandro le dijo:
- Mejor será que no te lamentes, pues tus lamentos no ayudarán a tu curación. Y de esta herida deberías estar orgulloso, puesto que te recuerda la última victoria obtenida sobre tus enemigos.
Posiblemente Filipo le contestó:
- Gracias, hijo mío.


Alejandro Magno no era físicamente grande, sino mas bien pequeño. Muy fuerte, pero no alto, sino lo contrario. Parece que sentado en el trono de Ciro no le llegaban los pies a tocar el suelo. Después de su victoria sobre Darío usaba, como escabel donde apoyar los pies cuando se sentaba en el trono, una mesa de campaña del derrotado rey de los persas. Un eunuco de Darío le dijo que aquello no estaba bien, que era una humillación innecesaria del hombre vencido. Y uno de los filósofos que acompañaban a Alejandro, un tal Filoto, le contestó al eunuco:
- Te equivocas, eunuco; esto no es una humillación, sino una advertencia. Así se advierte Alejandro a si mismo que la inestabilidad es condición propia de los imperios de los hombres.


La madre de Alejandro era muy dada a las intrigas políticas y le gustaba intervenir en las funciones de gobierno, cosa que Alejandro le impedía. En una de sus largas ausencias guerreras, Alejandro dejó a Antipatro como gobernador de Macedonia. Y recibió después un mensaje de Antipatro en el que se quejaba de las continuas injerencias de Olimpia en el gobierno del país. Y le rogaba que no tardara en regresar para poner remedio a aquellas injerencias.
Y Alejandro, después de leer el mensaje, exclamó:
- Antipatro es un buen gobernante, pero no conoce a los hombres. No sabe que una sola lágrima de una madre puede hacer olvidar todo lo que él me dice en esta carta.


En un banquete en el que participaban Filipo de Macedonia, su hijo Alejandro y la segunda mujer de Filipo, Alejandro, que era hijo de la primera mujer, Olimpia, no tuvo con la otra mujer las atenciones que el rango de ella exigía. Filipo se lo recriminó y Alejandro no le hizo ni caso. Filipo se levantó y fue hacia su hijo, enfurecido, para castigarle. Pero había bebido mucho, le flaquearon las piernas y cayó cuan largo era. Y entonces Alejandro dijo a los otros comensales:
- Mi padre es un gran rey. Pero su grandeza, ya lo veis, no puede nada contra la mía. Esto es una buena señal para la futura gloria de nuestro imperio.


La Macedonia antigua, correspondía, mas o menos, a las actuales Grecia, Yugoslavia y Bulgaria. En tiempo de la juventud de Alejandro, Macedonia empezó a participar en los juegos olímpicos de Grecia. Ya entonces el deporte era el único vínculo capaz de unir a naciones enemigas (las naciones de entonces eran enemigas todas). Pero Alejandro no participó nunca… Y una vez que le preguntaban porque no participaba contestó:
- No puedo medir mis fuerzas contra otros atletas que no sean reyes o hijos de reyes.


La primera victoria sonada de Alejandro fue en la batalla de Queroneso. Y al regresar victorioso, su padre le dijo:
- Macedonia es poco para ti, hijo mío. Tendrás que buscar otro reino mas grande.
- Y en esta busca Alejandro perdió la vida. Aunque, entretando, hizo otras muchas cosas, entre ellas fundar la ciudad egipcia de Alejandría, que fue, a través del tiempo, la menos destruida de todas las ciudades del imperio de Alejandro.


Cuenta Aulo Gelio que la madre de Alejandro, de la que otros historiadores apenas dicen nada, era mujer de mucho ingenio y buena consejera de su hijo en ciertos casos. Dice que, habiendo aceptado Alejandro el titulo oficial de “Hijo de Zeus”, empezó así una carta dirigida a su madre: “El rey Alejandro, hijo de Zeus, a su madre Olimpia”. Y que Olimpia le contestó: “te ruego, hijo mío, que no uses títulos que podrían crearme conflictos con la diosa Juno, por celos en este caso, puedes estar seguro, injustificados”



Leemos una anécdota referida a Alejandro, tomada de Américo Scarlatti. Tal como la leemos la ponemos aquí: un mal poeta griego llamado Querilo se obstinó en unirse a las expediciones de Alejandro para cantar sus proezas. Alejandro le autorizó. Querilo compuso un largo poema del que Alejandro era el héroe y le rogó que lo escuchara. Alejandro accedió, pero con una condición: Que por cada buen verso del poema le darían una moneda de oro y por cada mal verso un bofetón. Y que un jurado de poetas dictaminaría sobre la calidad d los versos. Querilo aceptó y empezó la lectura, que no pudo terminar porque los bofetones le causaron la muerte antes de llegar a la mitad.


Alejandro quería mucho a Bucéfalo, su caballo. Y una vez muerto mandó hacer una estatua que lo recordara. Todos los días le ponían a la estatua el mismo alimento que habría tomado. Alimento que, seguramente, después de un rato, repartían entre los otros caballos.

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